Una corriente pesimista vaticinaba el fin de Spotify en 2017 por su incapacidad para generar beneficios. Pero Matthew Ogle, entonces Productor Director de Spotify, se mantuvo firme la estrategia de la compañía: generar contenido, ser una herramienta imprescindible para melómanos y -sobre todo- cambiar los hábitos de consumo. La última era una tarea titánica por una cuestión de datos: Spotify tiene más de 140 millones de suscriptores y casi 60 millones son ‘premium’.
Sin embargo, el aterrizaje de Discovery Weekly, su lista de temas recomendados, convenció a los más incrédulos. Periódicos de referencia como New York Times o The Guardian o publicaciones especializadas como Pitchfork o Complex califican el servicio de ‘extraordinario’. ‘Por fin alguien es capaz de averiguar lo que me gustaría escuchar’, según Dave Eggers, escritor de culto en EE UU y editor de la revista de culto McSweeneys.
Pero casi nadie sabe que Discovery Weekly sufrió un terremoto cuando se intentó implementarlo la primera vez. Spotify contrató a miles de expertos para elaborar listas que, a su vez, se aplicaban a perfiles similares. No tardaron en descubrir que era virtualmente imposible hacer algo así con un volumen tan elevado de suscriptores y fue entonces cuando decidieron elaborar un algoritmo capaz de completar huecos. Imaginémonos que alguien escucha a Bruce Springsteen y The National.
El programa localiza a otros usuarios con los mismos gustos y examina sus listas para descubrir qué otras bandas aparecen en sus preferencias. En el momento en el que la coincidencia se repite, el algoritmo interpreta que esa opción podría ser de su agrado y así es como, un viernes cualquiera, un grupo llamado Wilco aparece en tu lista. El sistema escanea nuestros datos para localizar a personas con gustos similares y, en ese vínculo, encontrar el ‘match perfecto’. Y así es como Spotify, ahora bajo el timón de Daniel Ek, ha aprendido a espiarnos para actuar como un adivino de lujo: el adivino que siempre acierta.
La paradoja Zeppelin. En los cuarteles generales de Spotify los ingenieros eran incapaces de entender que el mismo usuario dejase sonar una canción entera de Led Zeppelin y un rato después, quitará la misma canción tras veinte segundos de reproducción. O que el usuario que adoraba a los Creedence Clearwater Revival, saltase de pronto a los Arctic Monkeys. Y de ahí a Rosalía y de ahí de nuevo a Creedence.
Nadie entendía las cadencias o el criterio, ni siquiera los algoritmos. Hasta que alguien dijo un día, ‘¿y si por la mañana lo escuchan los padres y por la noche los hijos?’. Ahora, la estrategia de la compañía pasa por enseñar a sus programadores a esquivar las contingencias que parecen misteriosas, pero que son en realidad parte de la naturaleza humana: si el algoritmo aprende a pensar como un tipo cualquiera, ningún ingeniero volverá a enloquecer tratando de descifrar qué demonios pasa con Led Zeppelin.