San Francisco celebró un evento en 2008 que colgó el cartel de ‘completo’ en todos los hoteles de la ciudad. Dos diseñadores gráficos atravesaban esos días una situación económica complicada. Ese fue el origen de la idea más lunática de Brian Chesky y Joe Gebbia: inflar una colchoneta en cuatro metros cuadrados de su salón. Compartieron un anuncio en un par de páginas web y dos de los asistentes a esa feria que había dejado diminuta la urbe del Golden Gate respondieron: pagarían 80 dólares cada uno por ocupar la colchoneta. Ese fue el arranque de Airbnb, el resto es historia.
Pero una historia compleja. La idea de Chesky y Gebbia de que cualquier particular pudiese ceder una parte de su casa y así formar parte de una gigantesca cooperativa fue recibida con escepticismo por los inversores habituales: no era extremadamente novedosa y había sido de dos tipos con nula experiencia empresarial y financiera. Infinidad de reuniones y decenas de ‘ya os llamaremos’, un tipo decidió invertir 60.000 dólares en el proyecto. Otro inversor ‘donó’ 200.000 euros y, con ese curto de millón, los amigos levantaron una página web basándose en los principios de usabilidad de Apple -tres clics y está hecho- y ahí -por fin- empezó Airbnb.
“No hay nada nuevo en ofrecer habitaciones a alguien. Se viene haciendo desde los años 50, cuando todos necesitaba un dólar extra. La diferencia que ha establecido Airbnb es incorporar la tecnología a todo ello”
Esos 260.000 dólares son ahora 30.000 millones; el salón de Chesky y Gebbia son 5 millones de ‘listings’ en todo el mundo y los dos despistados que pagaron 80 dólares se han multiplicado por 200 millones de personas. Fue en ese momento de la compañía en el que ficharon a Nathan Blecharczyk- también amigo y excompañero de piso- para que se pelease con los números. De traje, sonrisa de bróker y extremadamente cauto en sus palabras, Blecharczyk ha sido calificado como el auténtico hombre fuerte de Airbnb porque, mientras sus socios diseñan nuevos futuros para el coloso, él apuntala la estrategia financiera para asegurar que la compañía crezca sin fisuras.
‘Cuándo empecé a trabajar en Airbnb habíamos contratado a una docena de empleados y llevábamos unas decenas de listings. Ahora son treinta oficinas en más de 30 países, miles de empleados y millones de listings. Cada año experimentamos crecimientos del 100% y hay que saber manejarse con esos datos. No es sencillo’, explica Blecharczyk a Seriously en los cuarteles generales de Airbnb en San Francisco: un edificio de toneladas de madera, omnipresencia de luz natural y una marcada ausencia de cubículos y horarios.
El ejecutivo viste americana de sastre y mueve las manos como si estuviese haciendo un puzzle de 5.000 piezas y quisiese asegurarse de que todo está en orden. Él ha sido uno de los impulsores de las nuevas experiencias de la compañía, que ya son una potentísima fuente de ingresos y que, al contrario del recelo que despierta su fuerza como elemento gentrificador, encajan en los ayuntamientos de las ciudades en las que opera Airbnb porque ocupan muchos locales, generan riqueza inmediata y alientan al consumo. ‘Las experiencias son exactamente eso. Una forma en la que otros huéspedes pueden experimentar las ciudades que visitan. Forman parte de esa filosofía que hemos tratado de implementar desde el principio, en la que te invitamos a ‘vivir allí’ y no solo a ‘viajar allí’. Es un cambio sustancial y tiene que ver con el cambio que representamos’.
El cambio que promueve Airbnb es una auténtica disrupción en la forma clásica en la que opera la industria turística que nadie ni dentro ni fuera de la industria podía prever. ‘Antes de Airbnb tenía dos opciones. Una era quedarte en casa de tus padres, lo que no parece muy cómodo. La otra era quedarte en un hotel lejos de allí. Ahora te ofrecemos la posibilidad de quedarte en el barrio, con una persona que vive allí. ¿No es un cambio rotundo? Por eso siempre digo que el concepto de Airbnb es una idea completamente radical, porque de verdad cambia las cosas’.
Del mismo modo, la compañía defiende que ha conseguido revitalizar partes de muchas ciudades del mundo que habían quedado olvidadas como consecuencia de la tendencia de muchos gigantes del mundo hotelero de centrarse en las grandes arterias de población y los barrios más céntricos. ‘Hemos contribuido a que haya una circulación real de visitantes en muchas ciudades, pero –probablemente- esa es una labor que se ve mucho menos’ dice Blecharczyk, que recuerda que las nuevas ideas siempre tienen un periodo de adaptación complejo porque existen antes de cualquier norma regulatoria.
Airbnb siempre recuerda casos como los de Nueva York, cuando la compañía hizo públicos todos los listings y se comprobó que cinco propietarios acaparaban el 24% de los beneficios. Desde entonces, los de San Francisco tratan de evitar la especulación a la que invita una propuesta que de por sí resulta absolutamente incontrolable. ‘Por supuesto, nos tomamos muy en serio los problemas que Airbnb tiene en distintas ciudades, pero tenemos ánimo colaborativo y jamás buscamos el enfrentamiento. Estamos ya en conversaciones con los gobiernos de muchas de esas ciudades para buscar soluciones que nos beneficien a todo. Airbnb jamás ha eludido su responsabilidad a la hora de encontrar el mejor camino para todos’.
En España, ciudades como Barcelona y Madrid se han convertido en poderosos caballos de batalla para tratar de demostrar que el coloso estadounidense no es un enemigo sino un aliado, pero no es fácil luchar en todos los frentes a un tiempo y por eso se han reforzado en muchos casos los departamentos que tratan con ayuntamientos e instituciones oficiales, en un esfuerzo por encauzar conflictos antes de que estos surjan. De ahí, la apuesta por acciones con bajas dosis de conflictividad (como las experiencies) y la apuesta por nuevos modelos de negocios que incluyen opciones más ‘premier’, criterios de selección más exigentes y unos controles de calidad más poderosos. En esa misma línea, Airbnb acaba de anunciar lo que podría ser su paso más atrevido hasta ahora: Samara.
La compañía creo en el año 2016 un laboratorio de innovación llamado Samara. El objetivo era ser capaz de ofrecer nuevos productos a los miembros, usuarios o clientes de Airbnb. Hace tan solo unos meses, Gebbia anunció que la multinacional (cooperativa o no, así se la puede definir sin temor a equivocarse) empezaría en un futuro cercano a construir sus propias casas, dentro de un proyecto global llamado Backyard.
‘Los hogares son algo muy complejo y estamos encarando Backyard con un enfoque muy amplio, no solo diseñando una cosa, sino un sistema que puede hacer muchas cosas’ declaró enigmático, Gebbia en un comunicado público. Según precisaba él mismo a posteriori en la revista Fast Company, ‘el objetivo es repensar cómo y dónde vivimos, los residuos que generamos y cómo podemos mejorar nuestra calidad de vida’. Al parecer, parte de las viviendas, ya pensadas para compartir y estructuradas de eso modo, se compondrían de un módulo prefabricado y se daría preferencia a materiales de huella ambiental mínima e incluso –se rumorea- a nuevas aleaciones más resistentes y menos contaminantes. Pocos detalles adicionales para un futuro que ha levantado un tsunami de artículos y columnas de opinión que especulan sobre la dirección que va a tomar Airbnb.
Con la aparición de compañías como The Plum Guide (una Airbnb de lujo que rechaza el 95% de las casas que pasan evaluación en su web) o la marabunta de proveedores de servicios de hostelería que ahora incorporan viviendas a su catálogo, o la propia compañía de Gebbia, Chesky y Blecharczyk firmando acuerdos con hoteles boutique y ofreciendo alternativas a su ramillete clásico, el panorama parece estar mutando a una velocidad inesperada: ‘No hay nada nuevo en ofrecer habitaciones a alguien. Se viene haciendo desde los años 50, cuando todos necesitaba un dólar extra. La diferencia que ha establecido Airbnb es incorporar la tecnología a todo ello. Hablamos siempre de algo primigenio como inspiración para lo que hacemos. Algo sencillo, extremadamente útil, con un concepto sencillo pero muy ágil y estupendamente conceptualizado: ‘ahora puedes llevar tu música contigo’.
Eso es lo que hemos tratado de hacer, incorporando además la idea de que somos generadores de confianza, que es un activo importantísimo. Esta es una plataforma de gente común, para gente común. Esa idea no ha cambiado: seguimos queriendo ser un cómplice que mejora tu experiencia a la hora de viajar’ confiesa Blecharczyk. Para acabar, Blecharczyk recuerda que: ‘Si lo piensas bien, nuestra forma de viajar nos define. A través de los viajes las personas pueden convertirse en cualquier cosa. Nos gusta pensar que podemos ayudar a convertir cualquier viaje en una experiencia y, de hecho, esa ha sido siempre la idea original’, concluye.